El café casi tan caliente como aquella ciudad soleada, un pan casero con queso y jamón, un pastel de maíz y unas tapiocas. En la sala, se oían los ruidos de la televisión y había un hombre ya mayor adormecido en el sofá después de un día de trabajo. La mesa de la cocina siempre llena de gente, risas de niños y canciones religiosas viniendo de una antigua radio. Así eran los finales de las tardes de verano en la casa de aquella profesora. Así era como pasaba los días veraniegos de mi infancia.
No tengo ni idea de cuántas generaciones de jóvenes pasarían por aquella casa. Ella siempre nos recibía muy bien, transformándonos en algo más que alumnos, en sus hijos y nietos. Con su gran sabiduría, siempre tenía lecciones que transmitirnos. Nos enseñaba a valorar la comida que hay sobre la mesa y a dedicar tiempo y amor a los demás. Y, sobre todo, una fe que tranquiliza el corazón y que nos da fuerzas para enfrentar los infortunios.
Escogió dedicarse a la enseñanza en un país donde los profesores son héroes.
Iracema fue una mujer que hizo su formación académica tarde y escogió dedicarse a la enseñanza en un país donde los profesores son héroes valientes, porque el gobierno no quiere formar ciudadanos críticos. Me acuerdo de verla, a pesar de la edad, participando incansable en las manifestaciones por las mejoras de las condiciones de las escuelas de nuestra ciudad y por eso la tengo como una gran referencia para mi futura profesión. Tal como ella, creo en una educación transformadora.
Si hoy soy así, es porque ella me ayudó a formar mi carácter.
Cuando la vida me la presentó, ni siquiera sabía qué significaba ser una persona adulta, pero tengo una convicción: si hoy soy así, es porque ella me ayudó a formar mi carácter. Fue un privilegio tenerla presente en mi vida y siento mucho orgullo cuando me atrevo a llamarla “abuela” porque, a pesar de no compartir la misma sangre, sé que somos familia.
Superletra E
Comments