Soy una urbanita. No imagino mi vida lejos del bullicio de la ciudad ni del ruido que entra por la ventana de mi pequeño piso en una calle céntrica de Faro. Soy una de esas personas a quienes no les gusta pasar el día en el campo paseando por la naturaleza o haciendo caminatas. Nunca podría convertirme en una neorrural.
Mis raíces están allí, en aquella tierra árida, seca y vaciada de agua y de gente.
Sin embargo, hay algo en el Alentejo que despierta en mí una sensación que resulta difícil de explicar. Soy la primera persona de mi familia nacida en el Algarve. Mis raíces están allí, en aquella tierra árida, seca y vaciada de agua y de gente. Están, sobre todo, en las historias que escuchaba de mis abuelos, campesinos, que trabajaban una tierra que no les pertenecía. Están en las historias de mis padres, que amaban sus pueblos y sus tradiciones, pero entendieron muy temprano que había que huir de allí en busca de otras oportunidades, en un país profundamente concentrado en las ciudades y en el litoral.
Los colores secos me recuerdan las canciones que me cantaba mi abuela sobre los segadores de su pueblo.
Hace dos años, después de la muerte de mi madre, sentí por primera vez la necesidad de respirar y buscar esas raíces. Faia es un lugar muy pequeño en el alto Alentejo, cerca de la frontera con España, en el distrito de Portalegre. Aunque sea muy lejos del Alentejo de mis padres, me hace sentir en casa. Los colores secos me recuerdan las canciones que me cantaba mi abuela sobre los segadores de su pueblo. Bajo las hayas y las encinas hay centenas de cerdos que necesitan la sombra de los árboles para sobrevivir a la sequía que atormenta una región tan rica y, al mismo tiempo, tan necesitada de algo tan esencial como es el agua.
El Alentejo es, en mi cabeza, la belleza de esa antítesis. Como decía Saramago en Levantado del suelo: «Lo que más hay en la tierra es paisaje. Por mucho que falte del resto, paisaje ha sobrado siempre, abundancia que sólo se explica por milagro infatigable, porque el paisaje es sin duda anterior al hombre y, a pesar de tanto existir, todavía no se ha acabado».
Superletra W 2023
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