— Estoy aquí pensando en que los profesores son como libros…
— ¿Como libros?
— Sí. ¡Fíjate! Como los libros, ellos tienen un mensaje que transmitir. A veces, cuando cuentan una historia, se emocionan tanto que se saltan algunas páginas; otras veces, retroceden —y lo hacen con mucha frecuencia— para asegurarse de que los estudiantes están siguiendo la historia que cuentan.
— Entonces, ¿los profesores son contadores de historias?
— Claro, tal como los libros. Guardan las enseñanzas en sí mismos y quieren transmitirlas. Subrayan las partes más importantes y repiten palabras, que se saben de memoria, porque hay cosas en la vida y en los libros que no podemos olvidar.
— Pero algunos libros tienen dibujos y el profesor no.
— El profesor ilustra su historia con ejemplos. Con recuerdos, con vivencias, con secretos y revelaciones, con sonrisas y risas, con sueños y consejos. Los ejemplos no solo dan color a la historia, sino vida.
— ¿Y cuando la historia llega a su fin?
— Tal como el libro contará la historia a otros lectores, el profesor se la volverá a contar a otros alumnos.
— ¿Y no se cansa?
— Claro que no. Cuanto más se lee un libro, más tiempo dura. Así, las historias que cuenta son su vida y su razón de vivir. A veces, cuando un libro se lee muchas veces, las hojas se doblan y la tapa se desprende e incluso las hojas se sueltan. Ya no es solo un libro y pasa a ser un tesoro, cuya riqueza ha crecido a medida que se hojeaban y leían sus páginas llenando el corazón de sus lectores de emociones y recuerdos. Con los profesores más mayores, también ocurre lo mismo: se convierten en páginas de las historias que ayudaron a escribir, las de sus alumnos. Las páginas se liberan solo para que cada alumno pueda conservar la suya y así el profesor nunca muere. Su historia se esparce en muchos corazones y siempre habrá, en cada uno, palabras suyas.
Superletra F 2022
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